viernes, 2 de octubre de 2009

Yo describo, Coronel

El presente ensayo fue escrito para el curso de Lecturas Literarias II, escuela de Literatura de la UNMSM, por el alumno Daniel Antonio Rodríguez, con motivo de la discusión sobre la novela El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez. Dentro de la dinámica del curso, y con la intención incentivar la producción intelectual en los estudiantes, establecimos publicar el mejor trabajo presentado sobre alguna de las novelas elegidas para este semestre. En esta ocasión, sobre la novela de García Márquez antes señalada, Rodríguez ha presentado un ensayo muy bien escrito, dotado de cierta amenidad, y, sobre todo, en el que arriesga algunas hipótesis sobre el significado de El coronel... en la novelística del premio nobel colombiano, e, incluso, en el mismo "Boom narrativo latinoamericano" de los años sesenta. Invitamos, pues, a disfrutar de su lectura y, en el caso de los alumnos del curso, a enviar sus comentarios que, de hecho, será de mucha utilidad para su autor.


Cuando hablamos de Gabriel García Márquez, proyectamos geografías, períodos, gente y sus muchas costumbres –acaso mayormente regionales-; por ello, es preciso recalcar que, como fuera en épocas pasadas, las vivencias de un autor, sean de pasados no vividos (singulares o colectivos) o de experiencias personales (desde insulsas y fomes hasta dolorosas o gloriosas), no pueden dejar de hacerse manifiestas en toda literatura.
El conocidísimo gran acierto del creador del inmortal Macondo ha sido el abordar las realidades existentes durante una época (o más) en un continente de tanta tradición y diversidad como la de nuestra América Latina a través del real maravilloso; y es gracias a esta exquisita invención, ocurrida en aquella espléndida época conocida como [nuestro] BOOM de la narrativa latinoamericana, que estas geografías, períodos, gente y sus costumbres muchas terminan por grabarse en nuestras memorias como perfecto referente a determinados acontecimientos no muy separados del mundo real –y no tan maravilloso-.
No obstante, es necesario aclarar que una obra como El Coronel no tiene quien le escriba NO ES LA TÍPICA NOVELA DEL BOOM; por ello, partiendo de este punto, lo que pretende comunicar este ensayo es cómo sí existe todavía un vínculo estrecho entre realidad y autor, por lo cual no se debiera descartar un posible acercamiento a ciertos aspectos formales de otros hitos en literatura, así como no dejar de citar los del nobel en esta recordada obra suya.


Partamos de situar al autor en el mundo real: ¿qué venía sucediendo en la literatura latinoamericana de la década de los cincuenta el siglo anterior? Pues, si bien la vanguardia empezaba a ser de uso común en ciertos autores desde el los años veinte como parte de la Nueva Narrativa Latinoamericana, se empezaban a consolidar las nuevas modalidades narrativas que desplazaban al Regionalismo todavía vigente con figuras como Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, entre otros.
La situación era evidente: ante la llegada de la modernización al continente con el impacto que generaba la organización capitalista, el lector no podía ser indiferente ante la realidad que sucedía en los centros del cosmopolitismo: la ciudad… y con ella, el desarrollo que significase.
Más aún, en vista de la llegada del capitalismo, países de una mayoría ideológica contraria no podían dejar que éste los oprimiese, por lo cual surgen fórmulas contrarias. De esta manera, el clima latinoamericano se torna tenso y no puede descartarse que, gracias a la adopción de un sistema económico determinante como el capitalismo o el socialismo, los países de la región resulten, en gran parte, lo que son hoy en día. De manera general, las dictaduras que interrumpieron el lento proceso de desarrollo de determinado país o bien retrasaron más la anhelada justicia social esperada o bien devino en la consolidación casi milagrosa que algunos países ni creyeron alcanzar al llegar el siglo actual, no obstante la violencia fue una fórmula casi recurrente.
Llega a nuestras manos una literatura quizás sincrética –seña del avance en la narrativa- previa al Boom por parte del García Márquez antes de la creación de Cien años de soledad. Declarándose ávido lector de Joyce, Kafka, Hemingway, entre otros, el autor colombiano permitió que madurase, junto con él, una propuesta nueva que debía necesariamente declararse como epigonal para inicios de los sesenta, cuando llega el Boom.
Posibilitar la llegada del real-maravilloso confería una experimentación previa con la técnica narrativa (los enfoques del entorno, el lenguaje, los personajes, etc.) y es gracias a una novela como El Coronel no tiene quien le escriba que se delimitará el consumo necesario de una tendencia como la que significó el Regionalismo para cederle el paso a la vanguardia.


Lo que resulta anecdótico del contexto de producción de esta novela fue que García Márquez se encontraba de vuelta en cierto Modernismo inesperado; esto es, su experiencia de vida durante esos últimos años en la década de los cincuenta, fue digna de una narrativa modernista -casi rubendariana-.
París no albergó a un triunfante escritor y periodista colombiano cuando El Coronel no tiene quien le escriba fue publicado en 1957. Gabo había llegado a París poco antes del anuncio de la suspensión del periódico para el cual trabajaba como corresponsal en Europa (El Espectador); y fue debido a esta situación que, durante 4 arduos años, confiesa haber vivido de diarios milagros cotidianos durante aquél tiempo. La subsistencia en ese entonces, junto con las imágenes del abuelo, el Coronel Nicolás Marqués, debió haber ayudado, con cierta cuota de realismo, a producir de un tirón una novela como ésta.
Tenemos, entonces, un roce aparente con cierta nostalgia de lo propio: la nación. Aún con sus problemas y dolores, graficar la realidad de algún lugar “similar al nuestro” no es más que buscar lo que queda todavía de aquél lugar en uno mismo y, así como fuera la situación social del artista a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, quizás había que considerar, como ya venía haciéndose desde entonces, las obras de arte como medio de subsistencia.
El mismo García Márquez confiesa siempre tener fuerte influencia de las historias que tanto su abuela Tranquilina como su abuelo Nicolás le contaban cuando era apenas un pequeño niño; pero los destellos de un Macondo venidero, de un Coronel o de guerras civiles ocurridas en determinado lugar ya eran tópicos de la narrativa del autor, incluso desde su primera novela, La hojarasca.
Podría no resultarle extraño a un lector el encontrarse sugerentemente vinculado o comprometido con el universo de García Márquez en tanto se quede a la expectativa del surgimiento, formación, explicación, determinación o ubicación de este lugar llamado Macondo, pues es evidente que en estas novelas, de poca extensión, la conexión referencial que se hace con el mundo de Cien años de soledad no quedará establecida hasta haberse visto inmerso en él.
Cabe mencionar que, de haber sido otro el orden cronológico de las publicaciones del autor, se estaría recurriendo a un recurso, para ese entonces, poco usado todavía como lo fue la intertextualidad; a decir, el autor nos llama a saber más del universo que viene creando.


Ahora bien… ábrase el libro desde el principio, ¿qué ha sucedido? Pues mucho, sin duda alguna. Ni bien se inicia la lectura, se está nada más y nada menos que 75 años después de la vida perdularia de un anciano y su mujer.
El elemento nacional que representa la miseria absoluta –acaso más intensa que días antes (no relatados)- es la falta de oro verde: el café. Notamos que se ha llegado ya al extremo de una situación crítica y, no siendo necesario el narrar vidas enteras de personajes protagonistas de la historia, no es más que un tramo de 3 meses aquél tiempo necesario para provocar tensiones ante esta realidad.
Los primeros elementos, más que personas, son las estancias; y es un lenguaje común y corriente aquél que poseen los diálogos, por más que el narrador cumpla con informarle al lector detalles terciopersonales tan puntuales. Descripciones de la tradición fúnebre, de las restricciones que ya se tienen en el pueblo debido al estado de sitio, sobre la delicada situación del coronel y su esposa y los retornos constantes al gallo del hijo son elementos que van construyendo poco a poco algunos de los muchos meses que podrían haber atravesado los personajes aquella situación.
Un tentativo argumento sería el que un coronel espera desde hace unos quince años una carta que le dé derechos a cobrar su pensión por sus servicios como oficial en la revolución ocurrida hace sesenta años. La rutina toma los días viernes y, ante la negativa, el coronel, quizás en un arrebato de orgullo, exclama que él no tiene quien le escriba. Ahora bien, pueda que el inicio de la lectura sea el momento más crítico de su situación, dado que aquello que tenían para desayunar era ya lo último que les quedaba, fuera de aquellos artículos que parecían permanecer en casa debido a necesidades referenciales o, siquiera, estéticas, como el reloj de péndulo y el cuadro de la ninfa, respectivamente. Es octubre y con el mes llegan las lluvias que tanto malestar estomacal le genera al coronel, mientras, por su parte, su esposa vive súbitas recaídas por el asma que padece.
El gallo, quien no cobra un real protagonismo hasta el final, resulta discordia entre los esposos dado que se evoca el recuerdo del hijo en el animal, pero al mismo tiempo se debate la posibilidad de venderlo por un precio que podría sacarlos de la miseria por los próximos tres años.
Aún ante la adversidad que atraviesa el coronel, es el mismo pueblo el que se solidariza indirectamente con la familia a través del gallo, quien, como debieran los esposos, no tiene más que hacer que sobrevivir comiendo y esperar por alguna posible pelea a futuro; por ello, esperanzado en la victoria del animal, el mismo coronel se rehúsa a ceder al gallo y conservarlo, decidido a subsistir como se pueda mientras tenga en sus manos a un campeón en potencia.

La soledad es un tópico recurrente en las novelas de García Márquez… no es de extrañar que su opus magnum, Cien años de soledad, haya devenido en un colofón de la temática. Pero la soledad que se saborea en El Coronel no tiene quien le escriba tiene un enfoque distinto; aquí el efecto resultante es el abandono que la edad y las promesas sin cumplir le procuran a los ancianos –acaso esto se denomine ‘abandono’–.
Ante la miseria que viven, se presentan cuadros de notoria autoridad sobre el coronel, en cierta medida, por parte de la esposa quien, si bien no opera bajo amenazas –cual mujer manipuladora del siglo XXI-, sí cultiva en él la creencia de que sus decisiones serán las más prudentes, posiblemente por el hecho de que la eterna espera de la pensión les haya llevado hasta dicha crítica situación.
Por más que el final resulte abierto, y uno en el cual el protagonista goza de una nueva actitud frente al futuro, se le sugiere al lector cierta esperanza, si bien, no la más racional, sí la más acorde a los ideales de un hombre de honor como lo representaba el coronel junto con su gallo para con el pueblo.
Si bien la obra resulta amena y asimilable en términos del lenguaje y argumento, muchas veces se obvia que el anonimato de un personaje puede ser clave, siquiera recurriendo al psicoanálisis, para el desarrollo posterior. Suponerle un nombre al coronel podría haber costado cierto perfil o determinación para las decisiones a tomar respecto a la realidad que le aquejaba.
Entre los predilectos de la Literatura, García Márquez cita a Kafka también, como uno que significaba un compromiso con la renovación en la manera de hacer narrativa tanto en lo formal como en el contenido. Recordemos a Kafka, padre de la Narrativa del absurdo… ¿podría tener algún vínculo el coronel [sin nombre] con –supongamos- alguno de los muchos personajes carentes de nombre dentro de la narrativa de Kafka?
Sepamos que, de asimilar las supuestas intenciones de la creación de cada lugar y persona dentro de un espacio y tiempo novelístico, podríamos comprometer al autor a tornarse el padre de las muchas interpretaciones sobre su temática… ésta dentro de ellas, quizás

Por todo lo descrito hasta el momento, García Márquez podría haberse asomado con suma mesura al Boom tan merecido en nuestra narrativa continental actualizando con delicadeza aquellos grandes y certeramente favoritos de la narrativa que le antecedió. Tomar un poco de lo mágico, un poco de lo romántico, un poco de lo tradicional, mitológico o folclórico, e, incluso, un poco de aquello que se proclamaba como ‘vanguardia’, que –también- no hacía más que repasar y renovar toda Literatura anterior le han permitido a nuestros exponentes en la literatura latinoamericana reflejar nuestras vastas geografías, costumbres y problemas… si la magia era una fórmula, pues cautivó, cautiva y seguirá cautivando a muchos; más aún, si de seguir renovando se trata, no escatimemos el consultar nuevamente a un mismo autor cómo es que ese primer universo que creo ha seguido evolucionando, pues podría llevarnos a nuevas dimensiones, tal vez, nunca antes percibidas.

Daniel Antonio Rodríguez Rodríguez. Nace el 12 de febrero de 1989 en el distrito de Santiago de Surco, en Lima, Perú. Cursó su escuela primaria y secundaria en el colegio San Ignacio de Recalde, del cual egresa en diciembre del 2005. Amante del rock progresivo, las artes visuales, la poesía romántica y vanguardista, los instrumentos musicales (en todas sus especies), las largas caminatas y el buen café, decide -luego de 3 años de un constante debatir entre las ciencias de la salud y las humanidades- estudiar Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con lo cual inicia su primer año de carrera en abril del 2009.