viernes, 4 de diciembre de 2009

El Profeta. Ensayo sobre Raúl Zurita


“La historia del arte es la historia oficial del dolor (…) Sin dolor no hay arte (…) sin herida no hay expresión”, sentencia Raúl Zurita, uno de los más importantes poetas chilenos de las últimas décadas. Estas palabras exhiben de forma clara el carácter polémico y altisonante de este personaje, poeta que, como una prueba de lo que él mismo plantea, fue una de las voces que tuvieron que enfrentarse al dolor en carne propia, haciendo de su poesía un medio de expresión y liberación de este sentimiento.

Detonada a partir del golpe de estado en Chile, su obra está impregnada de aquel vaho fatalista y desconcertado que provoca el choque contra una coyuntura que no le dejo escapatoria, pero a la vez, apelando a creencias religiosas, incubadora de esperanzas, de un afán por el futuro. No es difícil, conociendo lo relativo a este contexto, encontrar en su obra rasgos autobiográficos y alusiones a lo que aconteció en esta época de la historia chilena. Un país y una historia que han servido por igual, junto a una ayuda “divina”, según afirma este escritor, para la creación de sus obras más resaltantes, poemarios que conformarían una unidad dividida en tres partes: Purgatorio (1979), Anteparaiso (1982) y Vida Nueva (1993). En lo que respecta a este trabajo, el análisis se centrará en Anteparaiso, poemario complejo y muchas veces enigmático, resaltando el carácter ideológico inherente a su producción.

Al acontecer el golpe de estado chileno y en medio de la represión, la tortura y homicidios a cargo de esta dictadura, Raúl Zurita, según dice él mismo, tuvo la oportunidad de crear estos poemarios por medio de una “visión” y, simultáneamente, plasmar el dolor de su país, dolor que se haría necesario, según las creencias cristianas, para que se lleve a cabo una expiación de los pecados. Desde este momento, aquel deseo de experimentar el dolor y, por ende, la purificación no se encuentra solamente en sus escritos, sino también en la utilización de su cuerpo como receptáculo del sufrimiento, llegando a la autolesión y automutilación, como él mismo afirma: “… me pareció ver que en estos actos me estaba identificando con el cuerpo herido de un país”, en otras palabras, utiliza su cuerpo, al estilo de Jesucristo, para cargar con el estilo de un país. Del mismo modo, utiliza el cielo y la tierra como lienzos para su poesía, haciendo hablar a estos elementos de la naturaleza, haciendo suya sus voces.

Viendo ahora directamente este poemario, nos hallamos desde un inicio ante las escrituras del cielo, poemas titulados “Vida Nueva”, frases que describen a dios, “mi dios”, de distintas maneras, alejándose de las concepciones tradicionales de esta entidad, demostrando que dios puede asumir distintas valores y formas, variadas y contradictorias, planteando de ese este momento la universalidad de dios, su presencia en todo lo que existe. Estos poemas se despliegan de tres en tres en todo el poemario, separando las distintas partes de las que se conforma. Se hace evidente entonces un punto importante en el contenido ideológico de esta obra, es decir aquel postulado panteísta, con respecto a su patria, a sus cordilleras, sus valles y sus hombres, identificados como uno solo, conjugando los valores cristianos con los nacionalistas, de esta manera dice:

I. Todo Chile flameo como una bandera frente a sus playas
II. Por eso el cielo nunca fue el cielo sino solo el azul ondeando en sus banderas
III. Por eso las playas no fueron las rojas playas de Chile si no apenas un jirón sobre el viento como harapos por esos cielos flameando (26)

Diciendo mediante la primera “proposición” que la patria chilena asume la forma de una bandera, una nación, una unidad enfrentando aquel pasado tormentoso. Luego dice que el cielo, lugar tradicionalmente tomado como la residencia de Dios, es también parte de la misma bandera y, por último, afirma que hasta ese pasado fue una bandera, ahora hecha jirones, harapos. Todo Chile, su dios e incluso su funesto pasado, entonces forma una sola unidad, unidad que va en busca de una utopía, utopía que a lo largo del poemario se presenta como la misma Chile. Y que, recordando que acabamos de salir del Purgatorio (el anterior poemario), es también el final feliz encontrado después de tanto sufrimiento. Chile ahora busca la salvación, la resurrección, en Chile:

IV. Toda la patria fue entonces la resurrección pintándose en sus despojos (34)

Como vemos, hasta ahora es Chile, el pueblo chileno, el destinado a salvarse a mismo, son ellos los que son uno con su patria, son ellos los que son uno con Dios. Vemos aquí un cierto acerbo nacionalista, nos dicen en la “UTOPIA”:

I. Todo el desierto pudo ser Notre-Dame pero fue el desierto de Chile
II. Todas las playas `pudieron ser Chartres pero solo fuero las playas de Chile
III. Chile entero pudo ser Nuestra Señora pero áridos estos paisajes no fueron sino los evanescentes paisajes chilenos (36)

Postulando así a Chile como el pueblo elegido de entre todos los demás países del mundo, de entre los demás desiertos, playas y paisajes, elección obviamente hecha por Dios. Y ya que tenemos a un pueblo elegido solo nos falta un Mesías, un patriarca o un profeta que lo lidere y lo guíe por el camino hacia la tierra prometida. No es en vano que la voz del poeta se hace más directa y autobiográfica al cierre de cada segmento del poemario, y sus poemas escritos en el cielo encierren y sirvan de puente entre sección y sección. Esto se acentúa en “PASTORAL” en el que se utiliza el poema del profeta bíblico Oseas para configurar la estructura de esta parte del poemario, la promesa de un bienestar eterno a cambio de la fidelidad 1. Y más aun en “LA MARCHA DE LAS CORDILLERAS”, en donde los tres primeros poemas (/CI/, /CII/, /CIII/ ) él acepta que no es Jesús, ni ningún otro personaje bíblico, pero se pone en claro que son las circunstancias ( y los designios de ÉL), las que lo obligan a tomar como suyo tal papel, asumiendo el rol de Abraham, Moisés y José respectivamente y señalando a Chile como el lugar en el que se desarrollaran sus historias, en donde la muerte (aunque bíblicamente frustrada), un viaje y un nacimiento se interceptarán. Es así que el esquema de muerte, purgación de los pecados y resurrección vuelve a evidenciarse.

Otro punto más que resaltar en este tema son la alusiones autobiográficas antes mencionadas, sobre todo en el inicio de “UTOPÍAS”, en el poema “ZURITA” y los respectivos epílogos de cada parte del poemario. Esto se nos revela como algo esclarecedor en lo que respecta a lo señalado líneas arriba, es decir aquel afán por ser, de algún modo, la voz, un profeta. Vemos como en “ZURITA” se nos abre paso a un sueño, a una visión, y es a través de este sueño que presenciamos la muerte, purificación y resurrección de la nación chilena, el dolor y la felicidad que suelen hacerse cíclicos en cada parte del poemario, conjuntos de poemas que antes de culminar y desembocar en sus respectivos epílogos van tornándose más reales, representando de este modo el despertar, la toma de conciencia de que todo lo anterior fue un sueño: “sé que todo esto no fue más que un sueño” (122). Es por medio de los ojos y la mente del guía, del profeta, que se nos abren las puertas de estos mundos, la posibilidad de vislumbrar el futuro, una salvación.

1Merino Risopatrón, Carolina-Armstrong Cox, Sergio (UC Maule-Chile), Referencias bíblicas en la pastoral de Raúl Zurita. Página 121-124

Bibliografía
Solanes, Ana. Entrevista con Raúl Zurita: "ESCRIBIR ES SUSPENDER LA VIDA”. En: Cuadernos Hispanoamericanos, Nro. 702, Madrid, diciembre, 2008.
Merino Risopatrón, Carolina-Armstrong Cox, Sergio (UC Maule-Chile). “Referencias bíblicas en la pastoral de Raúl Zurita”. UC MAULE: Revista Académica U. Católica del Maule. n. 35 (2009): 121-124.


Datos:
Róger Alexander Román de la Cruz. Lima, 1991. Curso estudios en el C.E. San Agustin de Hipona y C.E. Sarita Colonia.

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