Murió Bolaño y su fama creció en el mundo entero. Sus libros son leídos por miles y se han traducido a varios idiomas ―entre la que se destaca la traducción de Los detectives salvajes al chino mandarín―, son citadas por distintos escritores, se le da el título del «último latinoamericano» y se dice que ya no habrá literatura después de su muerte. Su monumental obra, una suerte de Biblia para los escritores de la actual generación, es, para muchos, insuperable, extraordinaria y que rompe esquemas, la contraportada del Boom, el escritor malo para los ya consagrados, el increíble escritor para los que aún no se consagran. Ese hombre que caía bien a los que le conocían, el chileno querido por muchos, que ahora, incluso muerto, sigue mostrando más obras inéditas para el mundo. ¿Es realmente Bolaño el último escritor latinoamericano? ¿Es «superior» a sus antecesores del Boom? ¿Cuál es el futuro de la literatura latinoamericana después de su muerte? Este texto desarrollará el impacto causado por el chileno en el mundo literario, su relación con el Boom y el futuro de la literatura latinoamericana.
En los años sesenta, en Latinoamérica, se sucedió una fiebre literaria donde los creadores de esa generación escribieron novelas de vanguardia, combinaron la realidad social, política y económica de la región con sus elementos mágicos, fantásticos y ancestrales. Estamos hablando del Boom. Este Boom causó un estallido que, en la actualidad, sigue siendo la carta de presentación de la literatura de Latinoamérica al mundo y, por lo tanto, también motivo de debates, bromas y repudios. Muchos escritores posteriores a esta generación crecieron bajo su sombra, sus temáticas, sus líneas narrativas. Los editores pedían a estos nuevos escritores en sus páginas a Macondo, La Catedral, alguna Rayuela y algún Artemio Cruz para que los puedan publicar; cuando estos nuevos escritores querían escribir otras cosas totalmente distintas. Esta sombra los cubrió durante casi cuarenta años, hasta que llegó un escritor inédito, como siempre. Un escritor que le daría fin a este estallido con una novela monumental, con un estilo y lenguaje originales, con temáticas no tratadas hasta entonces. En el año 1998, la editorial Anagrama publica al ganador del Premio Herralde: el chileno Roberto Bolaño con su novela Los detectives salvajes.
Esta novela fue por esos años toda una revolución. Hasta antes de Los detectives salvajes, solo se veían obras casi como Cien años de soledad, que ya cansaba a los lectores. Pero al instante de la publicación del libro del chileno, los escritores menores de cuarenta «no tardaron en ensalzarla como un objeto de culto, como un nuevo punto de partida, como una esperanza frente al conformismo mágicorrealista, como una fuente inagotable de ideas, como un virus que no tardó ni diez años en contagiar a miles de lectores que por fortuna no estaban vacunados contra la escéptica rebeldía de sus páginas» (1). Pero cuando Bolaño estaba en la cumbre de su carrera, a punto de gozar la fama que le otorgaba la literatura, en el 2003 murió a causa de una insuficiencia hepática. Sin embargo, cuando parecía que ya todo estaba escrito y publicado, cuando se pensaba que lo innovador y revelador ya estaba hecho, se publicaría la monumental 2666, obra con la que el Boom, para muchos, por fin culminaba.
Hay muchas opiniones acerca de la relación de Bolaño con el Boom. Algunos dicen que Roberto admiraba y elogiaba a los escritores de esa generación, sin embargo, otros escritores sentencian que «Bolaño dedicaba un par de horas a prepararse para su lucha cotidiana con los autores del Boom. A veces se enfrentaba a Cortázar […]; otras se abalanzaba contra el dúo de luchadores técnicos formado por Vargas Llosa y Fuentes; y, cuando se sentía particularmente poderoso o colérico o nostálgico, se permitía enfrentar al campeón mundial de los pesos pesados […], García Márquez»(2). Los escritores mayores de cuarenta años ven en Bolaño a un escritor malo, cuyos libros tienen errores y que no son buenos (a excepción de Vargas Llosa que en una oportunidad recomendó leer los libros del chileno); pero, los menores de cuarenta, esos escritores que crecieron desesperados para apartarse del Boom, aman a Bolaño y lo consideran un maestro de las letras latinoamericanas, superior a todos sus antecesores y a los que vendrán. Parece que se arriesgaron demasiado para afirmar tales títulos.
Un escritor brasileño (João Paulo Cuenca) sentenciaba que Bolaño y Los detectives salvajes es en la actualidad lo que en los sesenta fue Cortázar con Rayuela. Y agregó que Bolaño aún es «más fuerte» que Cortázar. Como dijo Francisco Porrúa: «Es un error establecer juicios de valor en literatura en términos comparativos. No se puede decir que Rayuela sea superior a Cien años de soledad, ni que Cien años de soledad sea superior a Rayuela. Cuando comprendes, aceptas la palabra “incomparable”, ahí se resuelve el problema. Si un libro es incomparable, entonces no lo comparemos» (3). Pero, si hacemos comparaciones, nos dejaremos llevar por la subjetividad. Los detectives salvajes aún no ha llegado a todo un público general, la obra siegue siendo vista por muchos como un misterio y lejana de leer, la estructura de la novela ya no es novedad y el lenguaje llega a ser cansado y tedioso. Rayuela, en cambio, llama la atención a cientos de lectores, su estructura fue una novedad total (fue la primera que no solo servía para leer, sino también para jugar) y que se podía leer en más de una manera (claro está, la menos recomendada es de la manera convencional), el lenguaje es innovador, combina hasta tres idiomas en una línea, y los capítulos son memorables y pueden ser releídos como libros independientes (como el 7, el 32, el 34 ó 62 o cualquier capítulo). Y, a propósito de Llamadas telefónicas, si comparamos a ambos escritores en producción cuentística, Bolaño escribió varios cuentos y su mejor libro fue el anterior mencionado con algunos rescatables (hasta sus más fieles admiradores saben que Bolaño no fue buen cuentista). Cortázar, no solo fue un impresionante novelista, sino también un extraordinario cuentista, y por tomar un ejemplo: Bestiario. Lo mejor no sería compararlos ni tampoco ningunearlos. Ambos escritores son buenos, pero todo depende de quién realice el análisis subjetivo de vana superioridad. Pero, si Bolaño tanto criticaba al Boom, ¿por qué sus más fieles seguidores —que también critican al Boom— lo comparan con Cortázar? Oscar Tramontana me dio una respuesta que puede resultar fácil, como hiriente: marketing.
Pero eso no es lo controversial. En el año 2007, tres escritores colombianos seleccionaron a 39 escritores menores de 39 años para que representen el futuro de la literatura latinoamericana, el llamado Bogotá 39, donde están incluidos escritores de distintos movimientos, entre los más conocidos, el movimiento Crack, cuyo mayor representante es Jorge Volpi. Ahora bien, si estos escritores fueron convocados para que definan el futuro de la literatura de Latinoamérica, es porque algo en común debían de tener, sin embargo, la gran mayoría de escritores sentenciaban que no tenían nada en común y que «no se busca una posición frente al mundo. Hacemos literatura personal y plural, que no necesariamente busque reivindicar o definir a Latinoamérica, porque cada uno escribe lo que siente, lo que le da la gana. Quizás escribimos lo que quisiéramos leer» (4). Y, lo más importante, es que a los 39 se les preguntó cuál es el futuro de Latinoamérica literaria, a lo que respondieron que a la muerte de Bolaño, la literatura latinoamericana había muerto. Autores como Volpi y Thays sentenciaron que no existía ya literatura de Latinoamérica, que nuestra literatura ya no tiene futuro. Bolaño nos ha dejado su generoso y diverso legado. ¿Es entonces Bolaño el fin de una era? ¿Acaso ya no surgirá una nueva literatura latinoamericana?
Al contrario de Volpi y Thays (y quizás más escritores), pienso que a Bolaño no se le debe de tomar como el fin de la literatura latinoamericana, más bien, podemos tomarlo como el inicio de una nueva generación, un renacer de las letras de esta región.
En los años sesenta, en Latinoamérica, se sucedió una fiebre literaria donde los creadores de esa generación escribieron novelas de vanguardia, combinaron la realidad social, política y económica de la región con sus elementos mágicos, fantásticos y ancestrales. Estamos hablando del Boom. Este Boom causó un estallido que, en la actualidad, sigue siendo la carta de presentación de la literatura de Latinoamérica al mundo y, por lo tanto, también motivo de debates, bromas y repudios. Muchos escritores posteriores a esta generación crecieron bajo su sombra, sus temáticas, sus líneas narrativas. Los editores pedían a estos nuevos escritores en sus páginas a Macondo, La Catedral, alguna Rayuela y algún Artemio Cruz para que los puedan publicar; cuando estos nuevos escritores querían escribir otras cosas totalmente distintas. Esta sombra los cubrió durante casi cuarenta años, hasta que llegó un escritor inédito, como siempre. Un escritor que le daría fin a este estallido con una novela monumental, con un estilo y lenguaje originales, con temáticas no tratadas hasta entonces. En el año 1998, la editorial Anagrama publica al ganador del Premio Herralde: el chileno Roberto Bolaño con su novela Los detectives salvajes.
Esta novela fue por esos años toda una revolución. Hasta antes de Los detectives salvajes, solo se veían obras casi como Cien años de soledad, que ya cansaba a los lectores. Pero al instante de la publicación del libro del chileno, los escritores menores de cuarenta «no tardaron en ensalzarla como un objeto de culto, como un nuevo punto de partida, como una esperanza frente al conformismo mágicorrealista, como una fuente inagotable de ideas, como un virus que no tardó ni diez años en contagiar a miles de lectores que por fortuna no estaban vacunados contra la escéptica rebeldía de sus páginas» (1). Pero cuando Bolaño estaba en la cumbre de su carrera, a punto de gozar la fama que le otorgaba la literatura, en el 2003 murió a causa de una insuficiencia hepática. Sin embargo, cuando parecía que ya todo estaba escrito y publicado, cuando se pensaba que lo innovador y revelador ya estaba hecho, se publicaría la monumental 2666, obra con la que el Boom, para muchos, por fin culminaba.
Hay muchas opiniones acerca de la relación de Bolaño con el Boom. Algunos dicen que Roberto admiraba y elogiaba a los escritores de esa generación, sin embargo, otros escritores sentencian que «Bolaño dedicaba un par de horas a prepararse para su lucha cotidiana con los autores del Boom. A veces se enfrentaba a Cortázar […]; otras se abalanzaba contra el dúo de luchadores técnicos formado por Vargas Llosa y Fuentes; y, cuando se sentía particularmente poderoso o colérico o nostálgico, se permitía enfrentar al campeón mundial de los pesos pesados […], García Márquez»(2). Los escritores mayores de cuarenta años ven en Bolaño a un escritor malo, cuyos libros tienen errores y que no son buenos (a excepción de Vargas Llosa que en una oportunidad recomendó leer los libros del chileno); pero, los menores de cuarenta, esos escritores que crecieron desesperados para apartarse del Boom, aman a Bolaño y lo consideran un maestro de las letras latinoamericanas, superior a todos sus antecesores y a los que vendrán. Parece que se arriesgaron demasiado para afirmar tales títulos.
Un escritor brasileño (João Paulo Cuenca) sentenciaba que Bolaño y Los detectives salvajes es en la actualidad lo que en los sesenta fue Cortázar con Rayuela. Y agregó que Bolaño aún es «más fuerte» que Cortázar. Como dijo Francisco Porrúa: «Es un error establecer juicios de valor en literatura en términos comparativos. No se puede decir que Rayuela sea superior a Cien años de soledad, ni que Cien años de soledad sea superior a Rayuela. Cuando comprendes, aceptas la palabra “incomparable”, ahí se resuelve el problema. Si un libro es incomparable, entonces no lo comparemos» (3). Pero, si hacemos comparaciones, nos dejaremos llevar por la subjetividad. Los detectives salvajes aún no ha llegado a todo un público general, la obra siegue siendo vista por muchos como un misterio y lejana de leer, la estructura de la novela ya no es novedad y el lenguaje llega a ser cansado y tedioso. Rayuela, en cambio, llama la atención a cientos de lectores, su estructura fue una novedad total (fue la primera que no solo servía para leer, sino también para jugar) y que se podía leer en más de una manera (claro está, la menos recomendada es de la manera convencional), el lenguaje es innovador, combina hasta tres idiomas en una línea, y los capítulos son memorables y pueden ser releídos como libros independientes (como el 7, el 32, el 34 ó 62 o cualquier capítulo). Y, a propósito de Llamadas telefónicas, si comparamos a ambos escritores en producción cuentística, Bolaño escribió varios cuentos y su mejor libro fue el anterior mencionado con algunos rescatables (hasta sus más fieles admiradores saben que Bolaño no fue buen cuentista). Cortázar, no solo fue un impresionante novelista, sino también un extraordinario cuentista, y por tomar un ejemplo: Bestiario. Lo mejor no sería compararlos ni tampoco ningunearlos. Ambos escritores son buenos, pero todo depende de quién realice el análisis subjetivo de vana superioridad. Pero, si Bolaño tanto criticaba al Boom, ¿por qué sus más fieles seguidores —que también critican al Boom— lo comparan con Cortázar? Oscar Tramontana me dio una respuesta que puede resultar fácil, como hiriente: marketing.
Pero eso no es lo controversial. En el año 2007, tres escritores colombianos seleccionaron a 39 escritores menores de 39 años para que representen el futuro de la literatura latinoamericana, el llamado Bogotá 39, donde están incluidos escritores de distintos movimientos, entre los más conocidos, el movimiento Crack, cuyo mayor representante es Jorge Volpi. Ahora bien, si estos escritores fueron convocados para que definan el futuro de la literatura de Latinoamérica, es porque algo en común debían de tener, sin embargo, la gran mayoría de escritores sentenciaban que no tenían nada en común y que «no se busca una posición frente al mundo. Hacemos literatura personal y plural, que no necesariamente busque reivindicar o definir a Latinoamérica, porque cada uno escribe lo que siente, lo que le da la gana. Quizás escribimos lo que quisiéramos leer» (4). Y, lo más importante, es que a los 39 se les preguntó cuál es el futuro de Latinoamérica literaria, a lo que respondieron que a la muerte de Bolaño, la literatura latinoamericana había muerto. Autores como Volpi y Thays sentenciaron que no existía ya literatura de Latinoamérica, que nuestra literatura ya no tiene futuro. Bolaño nos ha dejado su generoso y diverso legado. ¿Es entonces Bolaño el fin de una era? ¿Acaso ya no surgirá una nueva literatura latinoamericana?
Al contrario de Volpi y Thays (y quizás más escritores), pienso que a Bolaño no se le debe de tomar como el fin de la literatura latinoamericana, más bien, podemos tomarlo como el inicio de una nueva generación, un renacer de las letras de esta región.
¿Acaso ya no se escribirá más después de su muerte? Pienso que, en los próximos años, una nueva generación de escritores sacará a la luz obras que romperán esquemas y que serán las novelas que el mismo Bolaño hubiese querido leer y disfrutar. La homogeneidad latinoamericana, la preocupación sobre los problemas políticos y sociales de esta parte del continente pueden ser tratados en los próximos años por nuevos escritores. En lo personal, las obras de Bolaño no son de mi agrado, pero puedo destacar su habilidad en escribir una vasta cantidad de páginas impecables para el deleite de muchos. Pienso que, tomando a Bolaño no como un apocalipsis sino como una génesis, una nueva literatura latinoamericana impresionará a todos.
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(1)VOLPI, Jorge. «Ahora queremos tanto a Bolaño». Etiqueta Negra N.59. Pág. 36.
(2)VOLPI, Jorge. «Ahora queremos tanto a Bolaño». Etiqueta Negra N 59. Pág. 32.
(3)PORRÚA, Francisco. «Confieso que he leído». Radar Libros, 07/06/09.
(4)QUINTANA, Pilar. «Bogotá 39 en Lima y en 7 frases». Etiqueta negra. etiquetanegra.com.pe
Eduardo David Campos Dávila nació en diciembre del año 1990 en Jesús María. Estudió primaria y secundaria en el Colegio Parroquial Hno. Noé Zevallos Ortega y posteriormente Literatura en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Amante de la literatura, las fotografías, el cine de Burton y Chaplin, las puestas de sol y el mar. Un adicto a leer Cortázar, Alarcón y Vargas Llosa, mientras escucha alguna canción de Soda Stereo o Fito Páez.
3 comentarios:
Hola, me gusteria saber cuando fue la primera vez que conocistes a Bolano y tu primera esperiencia de lector de el
carmelo-roma
Fue hace ya varios meses, leí primero sus cuentos "Putas asesinas", "Jim" (del Gaucho insufrible)y "Detectives". Posteriormente leí la primera parte de Los detectives salvajes. Los cuentos no me gustaron mucho. Luego me dijeron que era un crimen no haber leído la novela de Bolaño. Me pareció un poco aburrida, pero buena, dentro de todo; aunque yo esperaba mucho más. Posteriormente fui leyéndola hasta faltarme la última parte "Los asesinos de Sonora". Luego leí 2666 pero solo la primera página y de ahí todo Llamadas telefónicas. No fue una buena experiencia con Bolaño, esperaba más de él, no me llenó como el gran narrador de quien me contaron tantas veces. Pero, eso sí, puedo rescatar su habilidad en escribir tanto, demasiado, a tal punto que le dijeran: "basta, ya no escribas más".
Saludos entusiasta David,
lo que yo quisiera saber es de dónde has sacado tantos exagerados adjetivos marketeros que engrandecen a Bolaño... además, huachafamente.
Seamos serios: ¿el último latinoamericano? ¿la biblia? etcétera. ¿Quién dijo eso? ¿Bayly, Ortiz o Magaly Medina? (con cualquiera de los tres te creo).
Que Volpi, como cualquiera, se haya podido cansar de cierta "bolañización mediática" es justo; pero, construir ensayo de eso me parece una exageración y una pérdida de tiempo.
Además, lo mismo que antes (ensayo sobre Gamboa): si tú intensión era desbolañizar la literatura (lo que me parece válido y entretenido) tomas fuentes marketeras y sobreestimadas, y no aportas nada realmente.
Estoy leyendo a Vilas Mata (Suicidios ejemplares, Anagrama), un escritor con un prosa increíble, muy fina e inteligente y, por momentos, muy superior a Bolaño. Bolaño siempre le reventó cuetes a Vilas Mata; dónde está la muerte de la literatura si otros se reinvidincan a otros... Lo mismo cuando Bolaño habla bien de Cortázar.
Creo que no has leído bien a Bolaño y que hay antifaces mediáticos (para bien o mal) que nos vuelven miopes literarios.
Jorge
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